7/2/08

Cabo Polonio

Observando lentamente la mezcla lejana del horizonte, en donde la pureza del mar se funde con la luminosidad del cielo. Allí estaban ellos, con la impunidad de los seres que no tienen un deber conciente. Con una salvedad, la licencia que se pueden tomar aquellos para los que la responsabilidad es solo una palabra de uso escaso.
En las orillas del Atlántico, entre rocas y olas, se condensaba una fuerte unión entre dos niños que sería reflejada por las cristalinas aguas oceánicas. Un enlace de otros tiempos, un vínculo que superaría ampliamente la terrenalidad que estaban recien conociendo. Acto de sentimientos encontrados a través de la simpleza de la mirada, de la sonrisa y del minimo roce entre unos y otros.
Jugar era el lema principal de toda situación, nada tenía más valor que superar el tiempo del otro en el agua. Mientras que las olas rompian en sus delgados cuerpos, toda la preocupación de su existir comenzaba y terminaba en ese momento, en ese lugar. La búsqueda más preciada era la diversión.
Ellos podían correr, gritar encontrar en ese espacio libre un mundo de kilómetros despejados. En donde todo su contenido era reducido a arenas blancas y cálidas. Un mundo cuidado en un mundo imperfecto. Un lugar de euforia y calma.
Un lugar natural para solo disfrutar.

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