14/3/09

Ciudad del cielo

Dos pequeños campesinos, de los pueblos más rivales del continente, se habían amado. Ese fue el peor de los pecados que pudieron cometer en toda su vida.
Tras ese acto tan puro como es el amor, los niños se habían ganado el odio de ambas familias, el desprecio de los seres que ellos más querían y la ira de todos los dioses. Ellos trataron de ocultarlo, pero su felicidad supero al miedo.
El dios de la tierra los encontró una mañana en una montaña de pasto seco.
Sin darles opción a escapar, el dios del viento los llevo a la ciudad del cielo, conduciéndolos rápidamente a su crucifixión.
En aquella ciudad se llamaron a reunión a los dioses más importantes para debatir el asunto. Algunos opinaban que lo más conveniente era cortarles las manos, para que no se pudieran tocar. Otros, querían dejarlos ciegos dándoles una poción de absoluto poder así no se podrían ver.
Allí estaban todos los dioses, quienes los juzgaron y decidieron por ellos. Querían separarlos pensando que ese sería el peor de los castigos.
Alguno llego a decir que sería necesario sacarles el corazón para que no sientan cariño el uno por el otro.
El dios del mar propuso separar los mares para que cada uno quede en una lugar diferente y no puedan volver a abrazarse.
El dios del sol pensó en extender sus rayos y propagarlos perpetuamente en una de las ciudades para que sea día eterno y en la otra solamente el cielo azul de la noche.
Todos tenían una hipótesis que querían hacer validar y poner a prueba para que concluya el amor entre esos seres prohibidos.
Pero nadie pensaba en que les pasaba a ellos, si no en lo que se debía y en lo que no se debía hacer.
Los dioses continuaban bebiendo vino blanco en copas plateadas y discutiendo en una larga mesa sobre el futuro de los campesinos.
Entre tanto debate, perdieron de vista a los cautivos. Quienes felices por haber hecho lo que sentían pudieron seguir amándose entre risas y miradas, sin importarles la decisión que tomaran los dioses para su final.

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